El Culto a los Mártires
por Schatten
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Ars Goetia que incluye cientos de páginas inéditas de antiguos grimorios. |
El culto a los mártires entrelaza sus raíces con algunas costumbres paganas. En su día San Agustín se pronunció contra el culto a los mártires. Pues no creía en los prodigios de los Santos y denunció el fraudulento comercio de las reliquias. Al final, el filósofo cambiaría su opinión tras las curaciones que se le atribuyeron a los restos de San Esteban cuando se destinaron a Hipona en el año 425. El culto de los mártires ya se venía practicando desde finales del siglo II siendo aceptado por la Iglesia. Pero fue tras las grandes persecuciones y la paz otorgada por Constantino lo que le daría una gran relevancia en la vida social y religiosa. Se veneraban de manera natural aquellas reliquias de los testigos de Cristo a pesar de que algunos obispos veían en dicha actividad la continuación de algunas prácticas paganas y les preocupaba que el paganismo volviera a tomar ventaja frente la figura de Cristo. Un ejemplo de la continuidad de las prácticas paganas en el seno del cristianismo eran los banquetes celebrados junto a la tumba del difunto el día del entierro y posteriormente en cada aniversario de su muerte. El rito arcaico se convierte así en un anticipo cristiano del festín escatológico en el Cielo. Más allá de el banquete funerario común a varias culturas, el culto de los mártires presentaría un nuevo elemento. Los mártires habían trascendido la condición humana y gracias a su sacrificio por Cristo estaban tanto en el Cielo como aquí en la Tierra. Sus reliquias constituían una dimensión sagrada. Gracias a ello podían obrar milagros. Sus tumbas eran un lugar sagrado que servía de conexión entre ambas realidades. Todo esto se justificaba con la doctrina de la encarnación. Si Dios se había encarnado en Jesucristo, todo mártir había santificado su carne. Su muerte ejemplar era una imitación del sacrificio de Cristo. La fragmentación del cuerpo y de sus objetos personales (como por ejemplo las vestiduras) seguían disfrutando del contacto sagrado de la tumba y por lo tanto podían obrar también milagros. Durante los siglos IV y V existieron dos tipos de iglesias en Siria: las basílicas y las iglesias de los mártires. En éstas últimas se disponía en el centro un altar dedicado al santo y sus reliquias. A pesar de la resistencia del clero, se celebraban ceremonias especiales que consistían en ofrendas, plegarias e himnos. Se hacían también vigilias nocturnas que se prolongaban hasta el alba. Los fieles aguardaban pacientemente a que se produjeran los milagros. En torno al altar se celebraban también banquetes. Este culto se popularizó en el siglo VI pero en el Imperio de Oriente llegó a resultar excesivamente incómodo. Las autoridades eclesiásticas se esforzaron para que el culto siempre estuviera supeditado a la figura de Cristo. De manera imparable, a poco se fue extendiendo por el Imperio de Occidente la exaltación y el fervor que despertaban las reliquias. Pero en este caso los obispos lejos de reprimirlo, llegaron a fomentarlo. Y las tumbas de los mártires se convirtieron en los verdaderos centros de la vida religiosa. Los cementerios comenzaron a desarrollar cierto prestigio y se construían edificios complejos al rededor para que los extranjeros pudieran visitarlos. Se convirtieron prácticamente en ciudades al margen de las ciudades. El cristianismo se caracterizó especialmente por abrir el culto público a las mujeres y los pobres. Se organizaban peregrinaciones, cortejos rituales y procesiones multitudinarios. Esto fomentó la expansión del cristianismo. Aún hoy en día las iglesias rivalizan por presentar las reliquias y muchas de ellas disfrutan de una congregación que rinde culto al mártir que acogen. Desde la prehistoria le hemos dado un valor mágico o sagrado a los huesos de los animales y de nuestros fallecidos. El cristianismo supo canalizar esta práctica dentro de su teología y convertirla en aliada del credo. |