Cábala Griega (II): Segunda Tríada
por Zolhom
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Dion Fortune "Aspectos del Ocultismo" |
Dion Fortune, La Cábala Mística (1935). Este texto está extraído de Wikipedia y no sé (no se cita) la fuente. Pero elementos parecidos podemos encontrarlos, por ejemplo, en el Papiro de Derveni, donde se narra que la Noche no aconseja, sino que profetiza, y que lo que engulle Zeus es el αἰδοῖον* (venerable) quien, aunque no se dice explícitamente, nadie duda de que se refiere a Fanes. La alusión a Zeus como principio y fin de todas las cosas, lo hallamos en los «Himnos Órficos» de Porfirio o en las «Leyes» de Platón, por poner sólo un par de ejemplos. Y cito a Platón ya que, en alusión a su introducción filosófica del Demiurgo como ser que crea el mundo con su mente, Marco Antonio Santamaría (Profesor de Hª Antigua de la Universidad de Salamanca) comenta que «también en las Rapsodias, Fanes crea el mundo mentalmente (cf. OF 155; recordemos que es Metis OF 139-140) y luego Zeus, una vez que lo devora, lo vuelve a pensar y a procrear. Puesto que el Demiurgo usa su entendimiento o «νοῦς», se estudia la posibilidad de que Platón se haya basado en el Zeus órfico, reorganizador del mundo, o en Protogonos, que lo organiza por vez primera con su mente.» Esta creación del mundo a través de la mente se ve repetidamente en todas las esferas a través de los textos Yetziráticos que otorga una inteligencia diferente a cada esfera. Por otra parte, Metis (Μῆτις) significa ‘intelecto’, misma palabra que encontramos en Prometeo: el intelecto pro-fundo. Francesc Casadesús (Facultad de filosofía Universidad Illes Balears) igualmente interpreta, en un comentario al citado Papiro de Derveni, que Zeus obtiene dos potestades: una física cuando destrona a Cronos, su padre, y que es representada por el cetro real (símbolo otorgado a esta esfera en la obra de Fortune y que ya aparecía en la representación de Fanes en la que sostenía en su mano izquierda un cetro) y otro inmaterial cuando «absorbió al venerable Metis/Protogonos*, el primero que saltó al Éter», símbolo de la «inteligencia divina y creadora» que demostraría la «capacidad intelectiva y demiúrgica de Zeus». Este pasaje también aparece en Proclo en donde comenta que Zeus, una vez absorbe a Metis (recordemos que es Fanes), se llena de la fuerza de él. Y con fuerza, Proclo, literalmente escribe «διναμειϛ», dínamis: «mezcló [Zeus] en su propio cuerpo la potencia y la fuerza de aquél [Fanes], de manera que todos los seres se encontraron dentro de Zeus.» Por tanto, de todos estos revoltijos órficos se puede deducir varias motivaciones de los autores (antiguos): un acercamiento más que evidente al monoteísmo, una equiparación de Zeus con el demiurgo de Platón y una composición tripartita de la generación (la absorción de fanes, el cetro y el cosmos). Esta composición triple estaría compuesta de «lo inteligible, la materia y la combinación de ambos, que los griegos llaman cosmos organizado. La nomenclatura utilizada por Platón es idea, modelo o padre para referirse al principio inteligible; al principio de la materia lo denomina madre, nodriza o base de la generación; y al vástago de ambos, al producto de su unión, le da el nombre de descendiente o engendrado (tesis ‘El niño santo en el orfismo. O de Eros y el significado oculto de ERIKEPAIOS’ de Javier Martínez Villaroya, 2016).» * αἰδοῖον: como sustantivo «genitales» como adjetivo «venerable»; y δαιμονα κυδρον: «espíritu orgulloso». Ambos términos se refieren a Fanes sin mencionarlo directamente. Era costumbre en los textos órficos escribir de manera que las palabras tuvieran un doble significado, o un significado oculto, de manera que la persona instruida o iniciada en sus misterios pudiera leer entre líneas. En el primer ejemplo, el profano leería que «engulle al venerable tal…» mientras que el iniciado leería, literalmente, «le come los huevos», es decir, no que le quiere mucho, sino que absorbe la capacidad de Fanes de reproducirse que, como hemos dicho, lo hace a través de su mente, esto es: Zeus obtiene la facultad de engendrar realidades con su mente. De esta manera, tras vencer a su padre, el soberano del Cosmos y obtener su cetro y, posteriormente, engullir a Fanes (KETHER), Zeus se convierte en el Dione Fortune, La Cábala Mística (1935). Para Fortune, «KJESED es el KETHER del microprosopo», definiendo micro y macro como «dos tipos de existencia, el Macroposopos y el Microposopos, indican esencialmente lo potencial y lo actual.» Entiendo que se refiere a potencia y acto, siendo «actual» un mero error de traducción. Buda (ss. VI-V a.C.). Adversus Christianos (Contra los cristianos) fue el título de una obra de Porfirio de la cual hoy no nos ha llegado nada puesto que fue condenada a la hoguera. La causa, con ese título no había ni que explicarla, en el edicto imperial simplemente ponía «ome pofavó». Pero sí sabemos qué contenía, aparte de por el propio título que no se andaba por las ramas, por comentarios encontrados en otros autores. Básicamente era un compendio de todas las La razón de ponerle este título al capítulo dedicado a TIPHARETH, es que Fortune la describe en términos de los Misterios de la Crucifixión y yo, sin embargo, no veía ninguna conexión entre tales misterios y su protagonista y Apolo, quién por lógica debería reinar sobre esta esfera. Pero lo cierto era que, ciertas etimologías mencionadas ya por Platón, apuntaban a que su significado estaba relacionado con los vocablos «redimir» y «purificar». Pero, ¿cuándo aparece Apolo sacrificado, cuándo redime a los hombres? El dios de la belleza, de las artes, del equilibrio y la mesura. Eran figuras que obviamente no casaban, por lo que decidí volver a revisar los mitos e historias alrededor de su figura en busca del mencionado «sacrificio de Apolo». Y lo cierto es que es el corpus central de su culto, sólo que no como lo cuenta Fortune. Marsias era un sátiro que, un buen día caminando por el bosque, encontró una flauta. Pero resultó que no era una flauta cualquiera, el destino, por razones que desconocemos, quiso que el sátiro se topase con la flauta que la diosa Atenea había perdido. Por ello, en cuanto Marsias empezó a tocarla sonó una música hermosísima, sin que el propio sátiro supiera realmente cómo lo había hecho. Pero esto al sátiro no le importó en absoluto, al contrario, recorrió toda la hélade tocando aquella música que, sin saber muy bien cómo, brotaba de la flauta. Marsias desde entonces se hizo famoso como un excelente flautista, era tan bueno que se jactaba de ser mejor músico que el mismísimo Apolo. Esto llegó a oídos del dios que, en un principio, no le prestó importancia, sabía que un simple espíritu del bosque no podía compararse con un dios olímpico, de manera que, para bajarle los humos, invitó a Marsias a un torneo de música entre los dos y puso a las musas como jurado. Cuando llegó Marsias empezaron a tocar: primero Apolo ejecutó su música en la lira, tras lo cual, las musas quedaron maravilladas. Entonces le tocó el turno a Marsias, pero cuando éste sacó la flauta, Apolo se percató de la naturaleza de su instrumento y de que Marsias no solamente tenía una actitud jactanciosa y prepotente autonombrándose el mejor músico del mundo, sino que, todo lo contrario, era un impostor. Para colmo, cuando Marsias concluyó su música, las musas habían quedado tan impresionadas que, incluso estando vinculadas a Apolo, no fueron capaces de otorgar un veredicto favorable a cualquiera de los dos. Apolo, aunque encolerizado, aceptó el empate y propuso una manera de desempatar: para demostrar la maestría de cada uno en su instrumento, ambos debían cogerlo del revés y si sonaba igual de bien, el propio Apolo reconocería a Marsias públicamente como un maestro en el arte de la música. Marsias, henchido de orgullo tras ver que ni el mismísimo dios délfico había conseguido ganarle, aceptó. Apolo entonces tornó su lira y tocó de nuevo, ejecutando una música igual de hermosa que antes, pero cuando le llegó el turno a Marsias y éste le dio la vuelta a la flauta y sopló… se dio cuenta en ese momento de que Cuenta Pausanias que, en una columna o en un frontispicio a la entrada del templo de Apolo en Delfos, se encontraba tallado un aforismo que rezaba «conócete a ti mismo». Estas palabras han sido manidas hasta la saciedad por corrientes de pensamiento tipo New Age y gente jartible como Osho (¿8?), interpretándose en el sentido de: eres único y especial, el universo conspira para ti, te quiere por lo que eres, te lo mereces todo, el potencial de dios está en tu interior, esa flauta no es mágica eres tú que eres tan listo que has aprendido a tocar en cero coma y un largo etcétera por todos ya conocidos. Sin embargo, «lo cierto es que los griegos veían el mundo de manera muy diferente a nosotros. Lo más probable que significara este mensaje y, varios autores clásicos, entre ellos Platón, lo mencionaron en sus obras, es ‘conócete a ti mismo, esto es, ten en cuenta tus límites, sé plenamente consciente del lugar que ocupas en el universo y en el orden de las cosas’. Y es que, además de ser el dios de la música, el dios de la poesía, un dios protector de la vegetación y un dios oracular, Apolo también era el dios de la moderación, el dios de la balanza, del equilibrio y un dios que se distinguía particularmente por castigar de forma brutal el pecado de la ‘hibris’: el pecado de la soberbia, el pecado de creerse más de lo que uno es, el pecado, en último término, de atreverse a desafiar a los mismos dioses (Eva Tobalina).» Marsias, había cometido el pecado de la hibris, el pecado de creerse más de lo que uno es y de ponerse a la altura, o incluso creerse por encima, de los mismísimos dioses. Una vez derrotado en su particular pelea de gallos con Apolo, recibió su castigo: fue conducido al interior del bosque y atado de pies y manos a un tronco, después Apolo tomó su cuchillo y, muy lentamente, lo desolló vivo. No hubo New Age para el sátiro. Tirititri, No me pises que llevo chanclas (1996). Jesús de Nazaret, se había erigido como el Mesías del pueblo de Israel que había sido profetizado siglos atrás, pero, además, por si eso no fuera poco, también como el propio hijo de Dios o el propio Dios encarnado. Sacrilegio, blasfemia y profanación de lo sagrado, fueron los delitos que el Sanedrín imputó a Jesús y, cosas de la vida, parecen encajar a la perfección con los delitos del sátiro Marsias y no solamente los delitos, sino también la condena, como todos sabemos, fue la misma. Los cristianos dirían entonces que Jesús se sacrificó para redimir los pecados de la humanidad (cosa que, admito, jamás he comprendido): «por esta razón los dioses encarnados se sacrifican, mueren por el pueblo, a fin de que la inmensa fuerza generada por este acto compense la fuerza caótica del Reino y por ello se salve, es decir, que renazca el equilibrio». Sin embargo, no debemos olvidar que la Cábala es un elemento hebreo y, por tanto, el punto de vista de esta historia (TIPHARETH) es la del Sanedrín, la del pueblo hebreo y que coincide con la perspectiva de Apolo en su propio mito: tanto Jesús como Marsias son impostores que cometen el ya mencionado pecado de la hibris: la desmesura del orgullo y la arrogancia, el otorgarse a sí mismos honores y títulos que no les corresponden, pero no solo ante los hombres sino también ante la divinidad. Por lo tanto, no es un sacrificio ni es una autoinmolación ni hablar ya de un mesías que viene a pagar nuestras deudas mientras permanecemos sentados en nuestro sofá viendo Netflix y comiendo doritos. Apolo es la puerta al mundo briático: hallándose en el centro del Árbol como el sol en el centro del sistema solar, gobierna a través de la armonía sobre todo lo creado. Todo lo que pasa a través del dios délfico se refina hasta encontrar la pureza: el movimiento se convierte en danza, el sonido en música, las palabras en poesía... Nada que no haya pasado por esta ordalía podrá ascender a las esferas superiores. Todas nuestras energías que se hayan desmadrado por el camino por cualquier vicio y hayan olvidado cuáles eran sus cometidos, están representadas por la serpiente Pitón o por el henchido orgullo del arrogante sátiro, y serán cribadas en esta esfera. Por lo tanto, no sería mala idea ir con la tarea hecha: la enseñanza que corresponde a esta esfera es la alquimia del espíritu: analizar nuestros elementos propios, observarlos cuidadosamente, calentarlos y enfriarlos, expandirlos y contraerlos como si los estuviéramos estudiando en un crisol e identificar cuáles son nuestros dones reales y cuáles son nuestros dones imaginarios, productos de un ego inflado o de un deseo insatisfecho, debemos ver en qué punto somos Marsias, encontrar a esos demonios interiores que nos engañan y enfrentarlos (purgarlos y redimirlos). Únicamente de este modo podremos conocer quiénes somos realmente, sin mentiras, sin delirios de grandeza, sin complejos de inferioridad. Solamente exponiendo nuestro Yo más profundo y escondido a la luz del Sol de Apolo podremos saber realmente qué lugar debemos de ocupar en el mundo. -Jerry es humano. Creo- -Oye pues sí, y si Jerry es humano, podrías enviarlo a la tierra- -No, cada vez que envío a alguien a la tierra para que mejoren las cosas se funda otra religión y se desata una masacre-» (Des)encanto P4 E1: El amor es el infierno. Apolo fue hijo de la titánide Temis, deidad que recibía culto siendo la diosa tutelar de la justicia y la equidad, frecuentemente representada con los ojos tapados, una balanza en una mano y una espada en la otra, pues recibía en muchas ocasiones un culto conjunto a Némesis, que castigaba a aquellos que trasgredían las leyes. Su padre fue Zeus, por lo cual, Temis, embarazada, sufrió la persecución de Hera que quería evitar su parto. Finalmente, un pequeñísimo islote baldío y desolado en el corazón del archipiélago de las Cícladas, en el centro del mar Egeo, la acogió y allí parió a los dioses gemelos, primero a Ártemis y después a Apolo. Más tarde, en agradecimiento por este asilo, Apolo le concedió a la isla el nombre de ‘Delos’: la brillante, puesto que el dios también se asociaba con la luz y con el Sol. Aunque el islote era verdaderamente pequeño, en el centro había un pequeño lago y, alrededor de éste, más tarde se erigiría el templo principal de Apolo, rodeando la pequeña masa de agua de leones tallados en piedra. Su oráculo principal se encontraba en Delfos, lugar que los griegos pensaban que era el centro del mundo. Contaban que, cierto día Zeus había echado a volar dos águilas desde los dos extremos del mundo y que éstas se habían encontrado en Delfos, motivo por el cual se le había dado el nombre de ónfalos: el ombligo del mundo. Se cuenta que Apolo pasaba una parte del año en un remotísimo lugar al norte del lugar más al norte que existía. Este era el hogar de los hiperbóreos, y aquí el cielo siempre era claro y azul, y el sol resplandecía continuamente. Cierto día, volviendo de sus dominios septentrionales pasó por Delfos y se paró. Allí los habitantes le advirtieron que un dragón llamado Pitón (o Délfine), un monstruo nacido de la Tierra, andaba causando destrozos por toda la zona. El dragón era el guardián del oráculo de la diosa Temis, pero éste había descuidado sus obligaciones y se había desmadrado. Apolo, entonces, dio muerte a la monstruosa serpiente y tras ello, para pedir perdón a los dioses por haber destruido al guardián, instituyó los juegos píticos, pero al mismo tiempo también se apoderó del oráculo de su madre, la oceánide Temis. Vemos también como, aunque las deidades se sustituyen, el significado seguía siendo el mismo: Temis, la justicia, y Némesis, le venganza, debieron representar la misma idea en un culto anterior, quizá pelásgico, que se representa en las teogonías con el cambio de poder de la segunda generación de deidades, los titanes, con la tercera generación: los dioses olímpicos. Esta idea me parece fundamental: un conocimiento que permanece inmóvil frente a la dinámica de unos símbolos danzantes a su alrededor. Los dioses cambian, pero nunca hay anarquía en el cosmos. Antes de irnos a la esfera area, quiero describir una narración órfica acerca del nacimiento de la raza de los humanos. Dionisio, como dios renacido, influirá en la posterior creación del mito de Cristo y en la religión de los últimos tiempos del Imperio. Si Urano había creado la estructura del universo, Cronos el tiempo y la materia sometida a éste y Zeus lo había ordenado todo, al siguiente soberano le habría de tocar llevar a cabo una tarea igual de colosal que las anteriores. Metis le había profetizado a Zeus que tendría una hija y después un varón y que ambos gobernarían el mundo respectivamente. Pero cuando Dionisio nació, Zeus supo que su alma era la misma que el alma de Eros (recordemos que era Fanes, al que él mismo había engullido), era el Amor que había vuelto a renacer en un niño de inocencia pura. Y supo en ese instante, que el siguiente paso que debía dar el universo era hacia el amor puro e incondicional entre todo sus seres. ¿Hermoso verdad? Diríamos incluso que pasteloso, moña, Zeus deja ya de ver telenovelas colombianas, por favor. Bien, pues algo así debieron pensar los titanes que antaño habían claudicado ante Zeus: una cosa es que alguien por la fuerza bruta los hubiera despojado de sus glorias porque, quizás no respetaran a Zeus, pero sí respetaban la fuerza, y otra muy distinta sentar en el ‘Trono del Cosmos’ a Iñigo Errejón. Por ahí no estaban dispuestos a pasar. Además, los titanes eran muy nazis. Como recordamos, los titanes se hallaban presos en sus celdas subterráneas, de modo que, utilizando algo brillante (no, no recuerdo el qué), hicieron que el niño saliera de su cuna y fuera hacia el lugar donde estaban ellos. Cuando lo tuvieron cerca lo descuartizaron sin piedad con sus propias manos. Zeus enseguida supo lo que había pasado y, cargado de furia, desató una tormenta de relámpagos que calcinó en el acto a todos los titanes convirtiéndolos en un puñado de cenizas. Solamente el corazón de Dionisio, resistió ya que estaba hecho de Amor Puro. Las cenizas de los titanes calcinados se mezclaron con la sangre de Dionisio formando un barro rojizo como la arcilla. Según este mito órfico de esa arcilla está hecha la raza de los mortales y, de esta forma, justificaban la naturaleza dual del ser humano. Esta naturaleza es la que nos impulsa a cometer las más perversas atrocidades, pero también la que nos empujan a llevar a término los más altos ideales. En esta versión del pecado original, los seres humanos somos tanto el ejecutor del crimen como la propia víctima, los órficos no culpaban a nadie, ni judíos ni romanos, de la muerte del hijo de Dios, todos somos culpables y todos somos víctimas, por lo que no cabe el odio ni el rencor hacia nadie, pues, como reza el aforismo: lo que hagas a otros te lo haces a ti mismo. Finalmente, la profecía de Metis se cumplió, pues en ella se decía que antes de gobernar el hijo varón debía gobernar la hija y ésta no era otra que Atenea, diosa de la guerra. Recuerda hombre, que polvo eres y al polvo retornarás.» Génesis 3,19 Sin saber muy bien qu é fue antes si el huevo o la gallina, lo que sí es cierto es que todos, romanos, hebreos y cristianos ansiaban y esperaban que los esplendores de la esfera de TIPHARET, sea de una manera o sea de otra, se manifestaran en el mundo en la siguiente era. Presumiblemente porque ninguno de ellos estaba pasando por una buena época: para los romanos el Imperio había llegado a un grado de degradación, corrupción y guerras irreparable, los cristianos habían sufrido persecuciones y los hebreos… bueno los hebreos siempre están con el garrotillo detrás de la oreja. Por ello tal vez todos pensaran que ya tocaba una era de esplendor y equilibro, ya fuera en la forma de un mesías redentor o un dios-sol. Pero el universo tiene un curso, el cosmos tiene unos planes y ahora le tocaba el turno a GEBURAH, la esfera de Ares y, por lo tanto, todo el mundo tal y como les era conocido desaparecería. Si Zeus (KJESED) la describíamos como una fuerza refinada de Urano (KJIOKMAJ). Ahora Ares (GEBURAH) es la contracción absoluta que en Hera (BINAH) veíamos refinada. Ya no es la Madre, que intenta educarnos, ya no es el Anciano labriego, que siega el campo para que nazcan nuevos frutos. Ahora es el guerrero que no siega la tierra, la quema y la desola, ya no es hora de educar ni de reeducar, se han cruzado demasiados puntos de no retorno. Como ocurre en el monoteísmo, resulta siempre complicado después de haber expresado las glorias de las esferas de Zeus y Apolo, justificar que es el mismo dios el que está detrás de las guerras, las masacres y la violencia. Fortune no es diferente, y trata de justificar estas realidades irreconciliables a veces de una manera que, o bien no la entiendo o bien es un error de traducción o bien yo qué sé: «experimentamos una clase de amor para aquel que sabe inspirarnos el temor de Dios, si la ocasión se presenta, de una manera muy diferente, mucho más permanente y más estable y, cosa curiosa, mucho más satisfactoria aún, desde el punto de vista emocional, que el amor, en el cual no existe ningún sentimiento de temor.» ¿Es más satisfactorio el amor por aquel que nos inspira el temor a Dios que el amor emocional? Síndromes de Estocolmo aparte, los griegos tenían este símbolo mucho más claro: todos los dioses odiaban a Ares, incluso sus padres, y tan sólo su hermana Eris (la Discordia), su amante Afrodita y su principal acreedor Hades entablaban amistad con él. Por lo tanto, no era un Temor disfrazado de las magníficas beldades del bondadoso y amable dios único y verdadero. No era un mal necesario, no era un ‘es por tu bien’. No. Ares era un auténtico hijo de puta, confeso y manifiestamente declarado. Ares es violencia, es ira, es venganza y odio, Kill Bill Vol.1 (2003). «Es necesario no olvidar que el cristianismo fue el remedio útil para el mundo pagano enfermo, moribundo de sus propias toxinas», dice Fortune en su obra. Esta frase resume el pensamiento cristiano, es un «la mate porque la quería» a la antigua usanza. Pero la realidad es otra bien distinta, a la clausura de los juegos olímpicos, píticos y similares, le siguió una doctrina del rechazo frontal a cualquier tipo de actividad física o culto al cuerpo, así como la criminalización de cualquier tipo de placer (incluso ducharse), la destrucción de los misterios de Eleusis, pero también de cualquier otro que no fuera cristiano, supuso la persecución contra cualquier tipo de culto y, por último, tras la clausura de la Academia, se condenó cualquier tipo de pensamiento crítico o intelectual. Todo esto se acompañó de la destrucción de templos, incendios de las grandes bibliotecas, y la destrucción de cualquier ciencia o tecnología que atentase con la interpretación retorcidamente literal de los que en adelante serían textos sagrados. Y con todo ello el «remedio útil» convirtió al hombre en un inútil. Este tipo de falseamiento de la violencia es una contradicción. Es una contradicción porque la violencia es en sí misma irreflexiva, es ajena a cualquier discurso lógico que pueda plantear una justificación. A pesar de que se use, se debe ser consciente de qué es lo que se está usando, alguien que se justifica es que no comprende la verdadera esencia de la violencia, creerá que hace el bien, que hace la justicia, que cumple un deber y por eso será fácil de manipular y engañar. La violencia no se puede razonar, está en su propia esencia la supresión de cualquier pensamiento o emoción humana, es contraria a la reflexión de la inteligencia, es un impulso ciego que no atiende a lógica alguna, cuando uno toma ese camino debe ser consciente de todo esto. -Porque es mejor ser un guerrero en un jardín que un jardinero en una guerra.» Pequeño relato Zen. Dos formas hubo de entender la guerra, una era la manera tracia, la del iracundo, colérico e irracional Ares, otra, la que otorgaba Atenea. Inteligencia y disciplina, habilidades pertenecientes al intelecto más racional, sustituyen a las crudas habilidades pasionales nacidas y ofrecidas por el Marte tracio. La forma de concebir el mundo que desarrollaron los griegos aplicando el conocimiento, la inteligencia, el orden, las proporciones, las matemáticas, la aritmética y un largo etcétera, a todas las doctrinas, les otorgaron una ventaja abrumadora sobre todas las demás naciones y pueblos de su época, incluso sobre aquellos imperios que, como el persa, se extendían a lo largo de un extenso territorio. Aplicaron la lógica a todo lo que les rodeaba, ya fueran artes, oficios, ritos o conocimientos, y la guerra no iba a ser para ellos una excepción. Atenea era una deidad guerrera a la que no le gustaba la guerra, un culto bélico para tiempos de paz, una manera de entender la guerra más civilizada para tiempos más civilizados. Como vimos anteriormente, los héroes no eran más que hijos de Zeus que habían sido concebidos para poner orden en la Tierra. Para ello debían enfrentarse (y a ser posible vencer) a las fuerzas caóticas que asolaban el mundo. Bajo esta forma de concebir la ética, todo desorden es una muestra del «Mal» que se manifiesta no como una entidad en sí misma (como el «Adversario» de Las Escrituras) sino como una fuerza que no se haya en su lugar, atendiendo al capítulo de Fortune para la Quinta Esfera: como una brasa que cae en la alfombra o una bañera que se desborda. Todo desequilibrio, ya sea por exceso o escasez conduce a la ruina, todo equilibrio es orden y obedece al «Bien». Cuando una fuerza se desequilibra entonces debe ser combatida como un mal. A Minerva, hija de Júpiter y heredera de su trono merced a la profecía de Metis, le era encomendada la misma misión de poner orden en la tierra que tenían los héroes mortales vástagos de Zeus y, por tanto, no dudaba en auxiliar a cuantos de ellos acudían en su búsqueda con el propósito de obtener consejo y guía para llevar a buen término sus ordalías vitales. Junto con Heracles era la deidad más proclive a favorecer al género de los hombres. Simplificando su significado: es la inteligencia puesta al servicio de la guerra, lo que da lugar al nacimiento de la táctica y la estrategia, doctrinas que permitían a los héroes llevar a cabo proezas que estaban a un nivel mucho más alto de sus propios límites. Sólo la fuerza bruta nunca habría bastado para matar a Hydra, que hacía crecer tres cabezas de cada testa cercenada ni tampoco le hubiera servido de nada a Perseo tener mejores bíceps cuando enfrentó a la gorgona Medusa, pues hubieran sido reducidos igualmente a granito. Usar el intelecto como un apalancamiento de las facultades naturales de cada individuo, como en cualquier faceta, y aplicar la inteligencia no solo incrementa, sino que también diversifica, aumentando las posibilidades. Integrar la inteligencia a la esfera bélica se puede reducir a un término: disciplina. Dominar el cuerpo es también dominar la mente, el body de Geralt de Rivia con el cerebro y el careto de Herman Tersch lo siento, pero no vale. Y aunque ambos términos fuerza e inteligencia se oponían en Ares, aquí deben ser reconciliados para sublimar el propio poder innato del individuo. En el ciclo solar de Zeus, cuando éste es vencido por Tifón y despojado al interior de una cueva, desprovisto de ligamentos y sin posibilidad alguna de moverse, es Atenea quién sostiene el combate contra el dragón impidiendo que se apodere del Cosmos. Durante este ocaso acaecido por la derrota y el destierro de dios de la luz y el día (*-dyeu) a las profundidades de la tierra mientras es atendido por el psicopompo Hermes, Palas evita que la noche tifoniana se apodere de todo. En este sentido recuerda al Jepri (o Khepri) egipcio, el dios que, con forma de escarabajo, hace rodar la esfera solar durante la noche para que vuelva a renacer: esto es lo que significaba su nombre «renacimiento». Interviene también, Atenea, en la aciaga noche que alberga los acontecimientos ya narrados acerca de la primera muerte de Dionisos, apoderándose del «corazón llameante» de su hermano antes de que sufra algún daño o se extravíe, para entregárselo a Zeus y que éste lo haga renacer, esta vez en el vientre de Sémele (Ártemis hará lo propio con sus huesos entregándoselos a Apolo, quién los enterrará en el monte Parnaso). Y es que, en los mitos sobre la diosa ateniense es particularmente común la noche, sobre todo teniendo en cuenta que no es una diosa lunar, al menos en época clásica. Uno de sus símbolos más característicos es el del mochuelo (Athene noctua). Una hipótesis ampliamente aceptada por los mitólogos es que hace referencia a la «visión penetrante de la inteligencia» que es capaz de ver cosas que escapan a la común visión de los ojos, como la lechuza que es capaz de ver en la oscuridad más absoluta. Esta hipótesis coincide, por ejemplo, con el mito en el que Odín sacrificó uno de sus ojos a cambio del conocimiento que sólo era capaz de proporcionarle la oracular cabeza parlante del antiguo Vaenir Mime (memoria, intelecto...): cambió la visión ordinaria de su ojo por la visión que es capaz de proporcionarle la sabiduría. A Minerva no se la invocaba para rogar dádivas de amor o dinero, no se le pedía suerte en los negocios o mejorar el estatus social. A Atenea la invocaba quien debía afrontar un desafío. Como en todas las esferas, la mejor manera de obtener el favor de una deidad y de rendirle culto era adoptar su naturaleza. Pero aquí, más que en ninguna otra, se precisa de esta práctica, el combate (cualquiera que éste sea, real o simbólico) se gana antes de dar un solo paso hacia los campos de Marte, se vence día a día con cada preparación, con cada ejercicio, con cada lección aprendida, con cada error descubierto y enmendado en nosotros mismos. Finalmente, el combate es en esencia la representación teatral de una obra que hemos estado ensayando durante meses. El ejército que parte a la guerra sin preparación ni estrategia no es más que una bandada de hombres, no importa cuán valientes sean. Alejandro decía que prefería luchar contra un ejército de leones comandados por una oveja antes que con un ejército de ovejas comandadas por un león. La disciplina en la preparación representa parte de los misterios de este culto, no sólo el cuerpo puede ser ejercitado y entrenado: la voluntad también puede ser entrenada, la perseverancia también puede ser ejercitada, incluso el valor, igual que un músculo, puede ser entrenado. Pues no solamente la habilidades del intelecto pueden ser puestas al servicio de la labor más física, sino también la filosofía del ejercicio físico puede ser adaptada para desarrollar las capacidades de la mente y el ánimo. |