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A todos; es decir, a Pan; o a AL.
La súbita degradación del estilo y del tema, la petulancia del punto de vista; ¿qué habrán de pretender estas cosas?
Parece como si el escriba hubiera protestado violentamente en su mente contra el capítulo, y se sintiera especialmente agraviado por el primer párrafo de este verso, que, tomado al pie de la letra, promete un fenómeno imposible en la literatura. La segunda frase puede ser entonces una bofetada despectiva al escriba, que tal vez pensaba: "¡Pues yo soy uno al que le parece otra cosa!", y el golpe dio en la diana, pues era un mero mentiroso cuando lo pensé. Estaba tan enfurecido por haberme embarcado en semejante aventura, odiaba tanto "la mano y la pluma" ante la que me comprometí a transcribir sentimientos tan repugnantes a los míos, la jerga de absurdos y vulgaridades que me pareció que se mostraba en muchas partes de este tercer capítulo, que habría llegado casi a cualquier extremo para desacreditar el Libro, salvo el incumplimiento deliberado de la irreflexiva promesa que hice a mi mujer de llevar todo esto a cabo. Desfiguré mis diarios con añadidos sin sentido; cumplí mis órdenes de tal manera que asegurase el fracaso, perdí el Manuscrito más o menos a propósito. Amenacé con publicar el Libro "para deshacerme de él"; y en este verso fui uno de los "meros mentirosos".
Porque su Belleza ya obligaba incluso al hombre infectado por el mundo, al poeta cercano a la desilusión, al amante atascado en su ardor, al místico recusante. Y, como sé ahora, la idea de que todas estas cosas eran yo mismo, era una mentira. ¡Y sin embargo, el Mentiroso se esforzaba por mentirse a sí mismo! ¿Por qué lo hizo? Sabía que un día este Libro brillaría y lo disolvería; temía y odiaba el Libro; y, rechinando los dientes, juraba en falso y negaba la Belleza que lo amarraba.
En cuanto a mi verdadero Yo, que permanece en silencio en su hora, ¿no es este Libro para él la encarnación misma de la Belleza? ¿Qué es la Belleza sino la expresión perfecta de la propia Verdad? ¿Y no es este Libro la Palabra de Aiwaz, y no es Él mi Sagrado Ángel Guardián, el maestro de mi Yo Silencioso, Su virgen esposa en la que Su amor ha forjado el misterio de la Identidad?
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