Los Comentarios al Libro de la Ley

escrito por Aleister Crowley

traducción y notas al pie por Yemeth
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1.52.- Si esto no fuera correcto; si confundierais las marcas espaciales, diciendo: Son uno; o diciendo: Son muchos; si el ritual no fuera siempre hacia mí: ¡entonces esperad los terribles juicios de Ra Hoor Khuit!

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Pero no hay que hacer distinciones ante Nuit, ni intelectuales, ni morales, ni personales.
La metafísica, también, es una esclavitud intelectual; ¡evítala!
De lo contrario, se vuelve a caer en la Ley de Hoor desde la perfecta emancipación de Nuit. Este es un gran misterio, que sólo puede ser comprendido por aquellos que han logrado plenamente Nuit y su Iniciación secreta.

Nuevo Comentario

No es correcto afirmar que seamos Estrellas separadas, o Una Estrella. Cada Estrella es individual, pero aún así está ligada a las demás por la Ley. Esta Libertad bajo la Ley es una de las doctrinas más difíciles pero a la vez más importantes de este Libro. Así también el ritual -nuestras vidas- ha de ser hacia Nuith; porque Ella es lo Definitivo hacia lo que tendemos, la asíntota de nuestra curva. El fracaso en este enfocarse en una cosa establece la ilusión de la dualidad, que conduce a la escisión y a la destrucción.
"Terrible": porque Ra-Hoor-Khuit es un "Dios de la guerra y de la venganza"; véase el Cap. III.
La doctrina de los versos anteriores, que parece no sólo permitir la libertad sexual en el sentido ordinario, sino incluso abogar por ella en un sentido calculado para escandalizar al libertino más entregado, no puede menos que sobresaltar y alarmar al mago, y ello tanto más cuanto más está familiarizado con la teoría y la práctica de su arte. "¿Qué es esto, en nombre de Adonai?" Le oigo exclamar: "¿No es una tradición inmemorial e indiscutible que el exorcista que quiere aplicarse a las operaciones más elementales de nuestro Arte está llamado a prepararse mediante un régimen de castidad? ¿No es notorio que la virginidad es, por su propia virtud, uno de los medios más poderosos y una de las condiciones más esenciales de todos los trabajos Mágicos? No se trata de una fórmula técnica que pueda, con propiedad, ser modulada con ocasión de un Equinoccio de los Dioses. Es una de esas verdades eternas de la Naturaleza que persisten, sea cual sea el entorno, el lugar y la época".
A estas observaciones no puedo sino sonreír con mi más genial asentimiento. La única objeción que puedo hacerles es señalar que la connotación de la palabra "castidad" puede haber sido malinterpretada desde un punto de vista científico, al igual que la ciencia moderna ha modificado nuestra concepción de las relaciones de la tierra y el sol sin pretender alterar ni un ápice de los hechos observados en la Naturaleza. Así, podemos afirmar que los modernos descubrimientos en fisiología han dejado obsoletas las concepciones osirianas del proceso sexual que interpretaban la castidad como abstinencia física, prestando poca atención a las concomitancias mentales y morales de la negativa a actuar, y menos aún a las indicaciones físicas. La raíz del error se encuentra en el dogma del pecado original, a raíz del cual la polución se excusaba como si fuera un delito involuntario, como si se afirmara que un sonámbulo que ha caído por un precipicio estuviera menos muerto que Empédocles o Safo.
La doctrina de Thelema resuelve toda esta cuestión en conformidad con los hechos observados por la ciencia y las propiedades proscritas por la Magia(k). Ha de resultar obvio para el más embrionario de los novatos en alquimia, que si existe alguna sustancia material dotada de propiedades mágicas, uno debe clasificar, primus inter pares, ese vehículo de la humanidad esencial que es la primera materia de esa Gran Obra en la que nuestra raza comparte la prerrogativa divina de crear al hombre a su propia imagen, macho y hembra.
Evidentemente, es de escasa importancia que la voluntad de crear se formule conscientemente. Lot, en su borrachera, sirvió a la vez a sus dos hijas, no menos que Júpiter, quien prolongó la noche a cuarenta y ocho horas para tener tiempo de engendrar a Hércules.
El hombre está en posesión de este talismán supremo. Es su "perla de gran valor", en comparación con la cual todas las demás joyas no son más que baratijas. Es su deber primordial preservar la integridad de esta sustancia. No debe permitir que su calidad se vea afectada por la desnutrición o la enfermedad. No debe destruirla como Orígenes y Klingsor. No debe desperdiciarla como Onán.
Pero la fisiología nos indica que estamos obligados a desperdiciarla, sea cual sea nuestra continencia, mientras estemos sujetos al sueño; y la Naturaleza, ya sea por precaución o por prodigalidad, nos proporciona un exceso tan grande de la sustancia que la reproducción de la raza humana no tendría por qué disminuir, ni aunque la proporción de hombres y mujeres no fuera más de 3 por cada 1000. El problema de la eficacia parece, pues, prácticamente insoluble.
Ahora nos sorprende el hecho de que Nuit nos ordene ejercer la máxima libertad en nuestra elección del método de utilización de los servicios de éste, nuestro primer, más excelente y más ardiente talismán; la autorización parece a primera vista incondicional en los términos más expresos y explícitos que es posible emplear. La advertencia, "pero siempre para mí", suena como una ocurrencia tardía. Casi nos escandalizamos cuando, en el siguiente verso, descubrimos una amenaza, no menos temible por la opacidad de sus términos.
Nuestra primera consideración no hace más que aumentar nuestra sensación de sorprendida repugnancia. Resulta evidente que se prohíbe un tipo de acto, con la pena de caer por completo desde la ley de la libertad hasta el código del crimen; y nuestro asombro y horror no hacen otra cosa que aumentar al reconocer que este único gesto que se considera condenable, es el ejercicio natural de la función más fatídica de la naturaleza, la satisfacción inocente de un impulso irresistible. Volvemos la mirada al verso anterior - examinamos nuestro estatuto. Se nos permite querer saciar el amor como queramos, cuando, donde y con quien queramos, pero no se dice nada de por qué lo haremos. Al contrario, a pesar de la infinita variedad de medios lícitos, hay un fin y sólo uno que se considera lícito. El acto sólo tiene un objeto legítimo; debe realizarse hacia Nuit. La reflexión posterior nos tranquiliza en cierta medida, no directamente a la manera del jurista, sino indirectamente, llamando nuestra atención sobre los hechos de la Naturaleza que subyacen a la ética de la cuestión. Nuit es aquello de lo que venimos, aquello a lo que debemos regresar. Evadir la cuestión no es más posible que la alternancia del antecedente. De Nuit hemos recibido este talismán, que transmite nuestra identidad física a través de las edades del tiempo. A Nuit, por lo tanto, se lo debemos; y profanar cualquier porción de esa quintaesencia más pura y divina de nosotros mismos es evidentemente la blasfemia suprema. Nada puede ser mal aplicado en la naturaleza. Nuestro primer deber para con nosotros mismos es conservar el tesoro que se nos ha confiado: "¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero y perder su propia alma?"
La naturaleza del hombre es individual. No hay dos rostros idénticos, y menos aún dos individuos. Es indescriptible la variedad de formas e inconmensurable la diversidad de la belleza, pero en todo está el sello de la unidad, ya que todo viene del vientre de Nuit - y a él regresa todo. La aprehensión de esta sublimidad es la marca de la divinidad. Conociendo esto, todo es libertad; ignorando esto, todo es esclavitud. Como no hay dos individuos idénticos, tampoco puede haber identidad entre las expresiones quintaesenciales de la voluntad de dos personas; y en primer lugar, como prerrogativa puramente física, la expresión de cada persona es su gesto sexual.
No se puede decir que ningún significado de ese gesto esté prohibido, pues "No hay ley más allá de Haz tu voluntad". Pero puede decirse y se dirá, que un significado que indique ignorancia u olvido de la verdad central del Universo, es una aquiescencia en esa opacidad causada por la confusión de los velos que ocultan el alma de la conciencia, creando así la ilusión que el aspirante llama Dolor, y el no iniciado, Mal.
El acto sexual, incluso para el más burdo de los hombres, es el agente que disipa la niebla del yo durante un momento extático. Es el sentimiento instintivo de que el espasmo físico es símbolo de ese milagro de la Misa por el cual la oblea material, compuesta de los elementos pasivos, tierra y agua, se transmuta en la sustancia del Cuerpo de Dios, lo que hace que el hombre sabio tema que tan sublime sacramento sea profanado. Es esto lo que le ha hecho, en una semi-comprensión medio instintiva y medio intelectual de la naturaleza de la verdad, lo que le ha llevado a cercar el acto con tabúes. Pero un conocimiento pequeño es una cosa peligrosa. Su miedo ha creado fantasmas, y su errada observación le ha sugerido precauciones apenas dignas de llamarse empíricas. Le vemos combatir dificultades análogas de manera precisamente similar. La historia nos muestra al médico defendiendo a la humanidad contra la plaga, con exorcismos por un lado y hierbas inútiles por el otro. Se clava una estaca carbonizada en el corazón de un vampiro, y se protege a su víctima con ajo. ¿Quién puede dudar de la fuerza de Dios? La fuerza del gusto y del olfato son hechos conocidos. Así que midieron la fuerza contra la fuerza sin considerar si la una era apropiada para la otra, de forma similar a si uno fuera a protegerse de la fuerza de las espadas de acero mediante la fuerza del color de su armadura. La ciencia moderna, mediante una correcta clasificación, ha explicado la doctrina del vínculo mágico. Ya no confundimos los planos. Manipulamos los fenómenos físicos por medios físicos; los mentales por medios mentales. Rastreamos las cosas hasta sus verdaderas causas, y ya no buscamos cortar el nudo gordiano de nuestra ignorancia con la espada de un postulado Panteón.
La fisiología no nos deja dudas sobre el poder de nuestro talismán heredado. Y los modernos descubrimientos de la psicología han dejado suficientemente claro que las peculiaridades sexuales de las personas son jeroglíficos, oscuros pero no ininteligibles, que revelan en primer lugar sus historias, en segundo lugar sus relaciones con el entorno en el presente, y en tercer lugar las posibilidades de ser modificadas en el futuro.
En estos versos de suprema importancia del Libro de la Ley, queda claro que Nuit es consciente de todos estos hechos, y que los considera la combinación de la cerradura de la cámara acorazada del futuro. “Esto (la doctrina) regenerará el mundo, el pequeño mundo que es mi hermana”. La incomprensión del sexo, el miedo ignorante como una niebla, la lujuria ignorante como un miasma, estas cosas han hecho más para alejar a la humanidad de la realización de sí misma y de la cooperación inteligente con su destino, que cualquier otra docena de cosas juntas. La vileza y la falsedad de la propia religión han sido los monstruos abortados desde el oscuro vientre de su misterio infernal.
No hay nada impuro ni degradante en ninguna manifestación del instinto sexual, porque, sin excepción, todo acto es una imagen impulsivamente proyectada de la Voluntad del individuo que, sea hombre o mujer, es una estrella; el habitante de Pensilvania con su cerdo no es menos que el Espíritu con María; Safo con Atthis y Apolo con Jacinto, tan perfectos como Dafnis con Cloe o como Galahad jurando al Grial. Lo único necesario, el medio enteramente perfecto de purificación, consagración y santificación, es independiente de los accidentes físicos y morales circunstanciales del incidente particular, es la realización del amor como sacramento. El empleo de los medios físicos como Operación Mágica cuya fórmula es la de unir dos opuestos, disolviendo ambos, aniquilando a ambos, para crear una tercera cosa que trasciende esa oposición, la fase de la dualidad que constituye la conciencia de la imperfección, se percibe como el negativo absoluto cuya aprehensión es idéntica a esa dualidad, y es la realización de la Gran Obra.
La anacefaleosis de estas consideraciones es la siguiente:
1. Los accidentes de cualquier acto de amor, tales como su protagonista y las peculiaridades de su expresión en cualquier plano, son totalmente irrelevantes respecto a la importancia mágica del acto. Cada persona es responsable ante sí misma, siendo una estrella, de viajar en su propia órbita compuesta por sus propios elementos, de brillar con su propia luz con el color apropiado a su propia naturaleza, de girar y precipitarse con su propio movimiento inherente, y de mantener su relación personal con su propia galaxia en su lugar propio en el Universo. Su existencia es la justificación única y suficiente de su propia manera y materia.
2. Su único error posible es apartarse de esta conciencia de sí mismo tanto en cuanto que único en sí mismo como en cuanto que necesario para la norma de la naturaleza.
Para reducir esta doctrina a una regla práctica para cada hombre o mujer por la cual puedan disfrutar en perfección de su vida sexual y hacerla lo que justamente es, la parte más sagrada de la vida religiosa, y digo "más sagrada" porque redime incluso la tosquedad física haciéndola participar de la santidad espiritual, la intención de este Libro de La Ley es perfectamente simple. Cualesquiera que sean tus predilecciones sexuales, eres libre, por la Ley de Thelema, de ser la estrella que eres, de regocijarte siguiendo tu propio camino. No se indica aquí en este texto, aunque está implícito en otras partes, que sólo un síntoma advierte que has confundido tu verdadera Voluntad, y esto es, si te figurases que al seguir tu camino interfieres con el de otra estrella. Por lo tanto, puede considerarse impropio, como regla general, que tu gratificación sexual destruya, deforme o disguste a cualquier otra estrella. El consentimiento mutuo para el acto es la condición de éste. Por supuesto, hay que entender que tal consentimiento no siempre es explícito. Hay casos en los que la seducción o la violación pueden ser la emancipación o la iniciación de otro. Tales actos sólo pueden juzgarse a partir de sus resultados.
La condición más importante para el acto, humanamente hablando, es que la atracción sea espontánea e irresistible; un salto de la voluntad para crear con frenesí lírico. Esta primera condición, una vez reconocida, debe ser rodeada con todas las circunstancias de la devoción. El estudio y la experiencia deben proporcionar una técnica de amor. Toda la ciencia, todo el arte, toda la elaboración deben enfatizar y adornar la expresión del entusiasmo. Toda la fuerza y toda la habilidad deben ser convocadas para cumplir con el frenesí, y la vida misma debe ser arrojada con un gesto derrochador sobre el mostrador del Mercader de la Locura. Que en el acero de tu casco haya oro incrustado con el lema "Exceso".
Las indicaciones anteriores están tomadas de un pasaje posterior del tercer capítulo de este Libro.
El mandato supremo y absoluto, el quid de tu juramento de caballero, es que pongas tu lanza en reposo para la gloria de tu Señora, la Reina de las Estrellas, Nuit. Tu condición de caballero depende de tu negativa a luchar por una causa menor. Eso es lo que te distingue del bandido y del matón. Das tu vida en su altar. Te haces digno de Ella por tu disposición a luchar en cualquier momento, en cualquier lugar, con cualquier arma y en cualquier situación. Para Ella, de Quien vienes, de Quien eres, a Quien vas, tu vida es ni más ni menos que un continuo sacramento. No tienes otra palabra sino Su alabanza, ni otro pensamiento que el amor a Ella. No tienes más que un grito de éxtasis inarticulado, el intenso espasmo, la posesión de Ella, y la Muerte, a Ella. No tienes más acto que el gesto del sacerdote que hace Suyo tu cuerpo. La oblea es el disco del Sol, la estrella en Su cuerpo. Tu sangre se derrama de tu corazón con cada latido de tu pulso en su copa. Es el vino de Su vida, exprimido de las uvas de tu vid madurada al sol. Con este vino te emborrachas. Lava tu cadáver que es como el fragmento de la Hostia, roto por ti, el Sacerdote, en Su cáliz de oro. Tú, Caballero y Sacerdote de la Orden del Temple, diciendo Su misa, te conviertes en Dios en Ella, por amor y muerte. Para este acto de amor, aunque en su forma fuera con un caballo como Calígula, con una muchedumbre como Mesalina, con un gigante como Heliogábalo, con un árbol podado como Nerón, con un monstruo como Baudelaire, aunque como Sade se regodeara en la sangre, o como Sacher-Masoch anhelara los látigos y las pieles, como Yvette Guilbert anhela el guante, o se encaprichara de las nenas como el E.T. Reed de "Punch"; si uno se ama a sí mismo, desdeñando a todos los demás como Narciso, se ofrece sin amor a todos los amores como Catalina, o encuentra el cuerpo tan vano como para encerrar su lujuria en el alma y hacer que su cuerpo de toda la vida no se vea satisfecho en la imaginación como Aubrey Beardsley, sin importar en absoluto los medios. Bach toma un camino, Keats otro, Goya otro. El fin lo es todo: que por el acto, cualquiera que sea, se adore, se ame, se posea y se convierta en Nuit.
El acto de amor no puede "truncar sus consecuencias" más que cualquier otro acto. Mientras poseas el talismán, debe ser utilizado de vez en cuando, lo quieras o no. Si dañas la calidad o disminuyes la cantidad de esa quintaesencia, blasfemas contra ti mismo y traicionas la confianza depositada en ti cuando aceptaste la obligación de esa Orden austeramente caballeresca llamada Hombría. Los poderes del talismán son irresistibles como cualquier otra fuerza natural. Cada vez que se utilizan, ha de engendrarse un niño. Este niño estará hecho a tu propia imagen, un símbolo de tu naturaleza, una expresión de tu verdadera Voluntad subconsciente.
Por supuesto, sólo una de cada muchas veces las condiciones permiten la producción de un hijo humano. ¿Qué sucede cuando (por azar o por diseño) se impide ese efecto evidente? El materialista puede imaginar que con la destrucción del complejo, éste se vuelve inofensivo y sus potencialidades abortadas, al igual que la violencia del ácido sulfúrico queda en nada si se neutraliza con sosa cáustica. Pero es un materialista muy pobre si afirma esto. Hay que dar cuenta de todas las posibilidades del ácido de una manera u otra. Si no disuelve un metal, puede carbonizar un azúcar, generar un gas, desprender calor, o de un modo u otro cumplir absolutamente todas las posibilidades que heredó de las fuerzas que fueron a crearlo. Es manifiestamente una contradicción de las leyes de la Conservación de la materia y de la energía, que una sustancia pierda al transformarse. Es contrario a la Naturaleza que un hombre, con potencialidades capaces de transformar la faz de la tierra, no se convierta en otra cosa que en carroña inerte cuando muere. Todo lo que él era debe persistir inevitablemente; ¡y si la manifestación no es tal para un conjunto de los sentidos, por qué no entonces para otro! La idea de la creación de algo a partir de la nada y la destrucción de algo haciéndolo nada, estalló con la teoría del Flogisto.
Es evidente, incluso para la razón escéptica -de hecho, sobre todo para el escéptico- que nuestro talismán, una serpiente microscópica que puede construir para sí misma una casa tal que gobierne los cuerpos de los hombres durante una generación como Alejandro, o sus mentes durante una época como Platón, no puede ser destruido o mermado por ninguna fuerza concebible.
Cuando este talismán emerge de su fortaleza, comienza su acción. Los antiguos rabinos judíos lo sabían, y enseñaban que antes de que Eva fuera entregada a Adán, el demonio Lilith concibió por el derramamiento en sus sueños, de modo que las razas híbridas de sátiros, elfos y similares comenzaron a poblar aquellos lugares secretos de la tierra que no son perceptibles por los órganos del hombre normal.
Considero cierto que toda ofrenda de este talismán engendra infaliblemente hijos en uno u otro plano de este nuestro cosmos, cuya materia es tan variada en su género. Tal hijo debe participar de la naturaleza de su padre; y su carácter estará determinado, en parte, por el entorno en el que se cría para manifestarse, en el que vive y, finalmente, cambia en lo que llamamos muerte, y en parte por la voluntad íntima del padre, tal vez modificada en cierta medida por su voluntad consciente en el momento de soltar la correa.
Siendo así, se vuelve tremendamente importante para el hombre que se haga consciente de su verdadera voluntad más íntima, de su naturaleza esencial. Esta es la Gran Obra cuyo logro constituye el adeptado, siempre que la conciencia reconozca que su propia dependencia de las circunstancias la vuelve no más que una imagen turbulenta en las sucias aguas, de ese sol que es ese Yo Silencioso. Si tal hombre quiere desarrollar sus poderes, deberá utilizar este tremendo talismán para crear a su imagen y semejanza.
Aunque este talismán tenga un poder tan milagroso, también es intensamente sensible. Puesto en un entorno inadecuado, puede producir perversiones grotescas o malignas de la palabra de su Padre. Todos sabemos que los buenos hijos nacen de madres sanas que son verdaderas y dignas compañeras de sus maridos. Los hijos del odio, del libertinaje, de la enfermedad, casi siempre dan testimonio en cuerpo y mente del abuso del talismán. No sólo los pecados del padre, sino también los de la madre, más aún los de su entorno social, son hallados en los hijos hasta la tercera y cuarta generación. Es más, el daño nunca puede ser reparado. Un hombre puede destruir su reino en un minuto, tras la herencia de innumerables dinastías de prudencia biológica.
También se admitirá, sin referencia a la Magia(k), que el abuso del talismán conduce a la desgracia moral, mental y espiritual. El crimen y la locura, así como la enfermedad y la debilidad, son vistos constantemente como el resultado directo del mal manejo de la vida sexual, ya sea tácticamente, estratégicamente, o ambos.
El Libro de la Ley subraya la importancia de estas consideraciones. El acto de amor debe ser espontáneo, en absoluta libertad. El hombre debe ser fiel a sí mismo. Romeo no debe ser empujado hacia Rosalina por razones familiares, sociales o financieras. Desdémona no debe ser apartada de Otelo por razones de raza o religión. El homosexual no debe blasfemar su naturaleza y suicidarse espiritualmente reprimiendo el amor o intentando pervertirlo, como la ignorancia y el miedo, la vergüenza y la debilidad, le inducen tan a menudo a hacer. Cualquiera que sea el acto que exprese el alma, ese acto y ningún otro es correcto.
Pero por otra parte, sea cual sea el acto, es siempre un sacramento; y, por muy profanado que esté, siempre es eficaz. Profanarlo es sólo convertir el alimento en veneno. El acto debe ser puro y apasionado. Debe celebrarse como la unión con Dios en el corazón del Lugar Santísimo. Nunca hay que olvidar que de ese acto nacerá un hijo. Hay que elegir el entorno apropiado para el niño concreto que se quiere crear. Hay que asegurarse de que la voluntad consciente esté escrita sobre las aguas puras de una mente no agitada, con letras de fuego, por el Sol del Alma. Uno no debe crear confusión en el talismán, que pertenece al Yo Silencioso, dejando que el yo parlante niegue el propósito que lo produjo. Si la verdadera Voluntad de uno, la razón de su encarnación, es traer la paz a la tierra, uno no debe realizar un acto de amor motivado por los celos o la imitación.
Uno debe fortificar su cuerpo al máximo y protegerlo de todo desastre, para que la sustancia del talismán sea lo más perfecta posible. Hay que calmar la mente, aumentando su conocimiento, organizando sus poderes, resolviendo sus enredos, para que pueda aprehender verdaderamente al Yo Silencioso, juzgar las súplicas parciales y las opiniones desequilibradas, mientras sostiene la concentración de la Voluntad gracias a sus fronteras fortificadas, y, con entusiasmo unánime, aclama el Señorío del pensamiento que expresa el acto. La Voluntad debe sellarse sobre la sustancia del talismán. Debe ser, en lenguaje alquímico, el Azufre que fija el Mercurio que determina la naturaleza de la Sal. Todo el hombre, desde su más íntima divinidad hasta la punta de su más pequeña pestaña, debe ser un solo motor, sin nada inútil, sin nada inarmónico; un rayo de la mano de Jove. Debe entregarse por completo en el acto único de amor. Debe dejar de pensar en sí como otra cosa que no sea la Voluntad. No debe poseer la voluntad; debe transformarse completamente para ser la Voluntad.
Por último, el acto debe ser supremo. Debe hacer y debe morir. De esa muerte debe alzarse de nuevo, purgado de esa Voluntad, habiéndola cumplido tan perfectamente que no quede nada de ella en sus elementos. Debe haberse vaciado en el vehículo. Así el niño estará hecho todo de espíritu.
Pero esto no es suficiente. El terreno en el que se arroja la semilla debe ser adecuado para su recepción. El clima debe ser favorable, la tierra debe estar preparada, y los enemigos del joven niño que persiguen su vida deben ser expulsados fuera del alcance de la malicia. Estos aspectos son bastante obvios, si se aplican al asunto ordinario de la crianza de los hijos. Se necesita la mujer adecuada y las condiciones adecuadas para ella. Se aplica aún más estrechamente a estos otros actos, pues la mujer está protegida por generaciones de adaptación biológica, mientras que los niños espirituales se enferman y deforman más fácilmente, por ser de materia más sutil y sensible. Las posibilidades de creación son tan infinitamente variadas que cada adepto debe resolver cada problema por sí mismo lo mejor que pueda. Existen métodos mágicos para establecer un vínculo entre la fuerza generada y la materia sobre la que se desea que actúe; pero, en su mayor parte, se comunican mejor mediante la instrucción privada y se desarrollan mejor mediante la práctica personal. Esta burda descripción es un mero marco de trabajo, y (aún así) confunde más a menudo que aclara.
Pero la regla general es disponer de antemano todas las condiciones con la intención de facilitar la manifestación de la cosa deseada, y prevenir los peligros del aborto eliminando los elementos discordantes.
Por ejemplo: un hombre que quiera recuperar la salud debe ayudar a su Voluntad Mágica tomando todas las medidas higiénicas y médicas apropiadas para enmendar su enfermedad. Un hombre que desee desarrollar su genio como escultor se dedicará al estudio y a la formación, se rodeará de bellas formas y, si es posible, vivirá en un lugar donde la propia naturaleza atestigüe el toque del pulgar del Gran Arquitecto.
Escogerá el objeto de su pasión con el asentimiento de su Ser Silencioso. No permitirá que el prejuicio, ya sea del sentido, de la emoción o del juicio racional, oscurezca el Sol de su Alma. En primer lugar, el magnetismo mutuo, a pesar de las máscaras de la mente, debe ser inconfundible. A menos que exista una poderosa pureza de pasión, no hay fundamento mágico para el Sacramento. Pero dicho magnetismo es sólo la primera condición. Cuando dos personas se vuelven íntimas, cada crisis de satisfacción entre los involucrados los deja en una proximidad que exige una observación mutua; y la intensa claridad mental que resulta de la descarga de la fuerza eléctrica hace que dicha observación sea anormalmente crítica. Cuanto más alto sea el tipo de mente, más cierto es esto, y mayor es el peligro de encontrar alguna nimiedad antipática que la experiencia nos dice que algún día será lo único que quedará por observar; así como se recuerda una verruga en la nariz cuando se olvida el resto de la cara.
El objeto del Amor, por lo tanto, debe ser uno con el amante en algo más que la Voluntad de unirse magnéticamente; debe ser una asociación apasionada con la Voluntad de la cual la Voluntad de amar es sólo el símbolo Mágico. Tal vez ninguna de las dos voluntades pueda ser idéntica, pero al menos pueden ser tan afines que las manifestaciones no sean propensas a chocar. No basta con tener una pareja del tipo pasivo que balbucee "hágase tu voluntad" - eso termina en desprecio, aburrimiento y desconfianza. Uno desea una pasión que pueda mezclarse con la propia. En este caso, no importa tanto que la expresión mental sea sindrómica; de hecho, es mejor cuando dos mundos de pensamiento y experiencia totalmente diferentes han llegado a conclusiones similares. Pero es esencial que el hábito mental sea afín, que la maquinaria se construya sobre principios similares. La psicología de uno debe ser inteligible para el otro.
La posición social, la apariencia física y los hábitos tienen mucha menos importancia, especialmente en una sociedad que haya aceptado la Ley de Thelema. La tolerancia en sí misma produce suavidad, y la suavidad pronto alivia la tensión de la tolerancia. En cualquier caso, la mayoría de las personas, especialmente las mujeres, se adaptan con suficiente destreza a su entorno. Digo "especialmente las mujeres", porque las mujeres son casi siempre conscientes de una parte importante de su verdadera Voluntad: la de tener hijos. Para ellas nada más es serio en comparación, y descartan las cuestiones que no tienen que ver con esto como nimiedades, adoptando los hábitos que se les exigen en interés de la armonía doméstica que reconocen como una condición favorable a la reproducción.
He esbozado las condiciones ideales. Rara vez podemos realizar ni siquiera un tercio de nuestras posibilidades. Nuestro motor mágico es realmente poderoso cuando su eficiencia alcanza el 50% de su potencia teórica. Pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene la menor idea de tomar el Amor como algo sagrado y serio, de utilizar el ojo del microscopista, ni el corazón y el cerebro del artista. Su ignorancia y su vergüenza han hecho del Amor un cadáver de pestilencia; y el Amor ha vengado la afrenta aplastando sus vidas cuando derriban el templo sobre sí mismos.
La probabilidad de encontrar un objeto de amor adecuado se ha reducido casi a cero al sustituir las condiciones reales, como se indica en los párrafos anteriores, por una serie totalmente artificial e irrelevante; las restricciones al acto en sí, el matrimonio, la opinión, la conspiración del silencio, las leyes penales, los grilletes financieros, las selecciones limitadas por cuestiones de raza, nacionalidad, casta, religión, camarillas sociales y políticas, incluso la exclusividad familiar. Entre los millones de personas de la humanidad, el ciudadano medio tiene suerte si puede elegir un par de parejas.
Añadiré aquí un pilar más a mi templo. Ocurre con demasiada frecuencia que dos personas, absolutamente aptas en todos los sentidos para amarse, se ven totalmente impedidas de expresarse por pura ignorancia de la técnica del acto. Lo que la Naturaleza declara como el clímax de la misa, la manifestación de Dios en la carne, cuando la carne es engendrada, es tan burdo, torpe y brutal que decepciona y disgusta. Son terriblemente conscientes de que algo va mal. No saben cómo enmendarlo. Se avergüenzan de hablar de ello. No tienen la experiencia para guiar ni la imaginación para experimentar. Incontables miles de amantes de mente delicada se vuelven contra el Amor y lo blasfeman. Incontables millones, no tan firmes en el refinamiento, aceptan el hecho y consienten la inmundicia, hasta que el Amor se degrada a la postración culpable. Son arrastrados por el fango del carro nocturno, que debería haber sido su "carro de fuego y sus caballos".
Todo este problema proviene del horror de la humanidad hacia el Amor. Durante los últimos cien años, todos los escritores de primer orden sobre la moral han lanzado sus truenos y relámpagos, piedras de granizo y carbones de fuego, para quemar Gomorra y Sodoma, donde el Amor es vergonzoso y secreto, o está embadurnado con estiércol de sentimiento para que los ciudadanos canallas puedan reconocer su ideal en ellas. No le decimos al artista que su arte es tan sagrado, tan repugnante, tan espléndido y tan vergonzoso, que no deba bajo ningún concepto aprender el uso de las herramientas de su oficio, y estudiar en la escuela cómo ver con su ojo, y registrar lo que ve con su mano. No le decimos al hombre que quiere curar la enfermedad que no debe conocer su materia, desde la anatomía hasta la Patología; ni le pedimos que se comprometa a extirpar un apéndice de un valioso Arzobispo la primera vez que tome el bisturí en la mano.
Pero el amor es un arte no menos que el de Rembrandt, una ciencia no menos que la de Lister. La mente debe hacer que el corazón se articule, y que el cuerpo sea el templo del alma. El instinto animal en el hombre es gemelo al del mono o al del toro. Sin embargo, esto es lo único lícito en el código del burgués. Tiene razón al considerar el acto, tal como lo conoce, degradante. En efecto, para él es un acto ridículo, obsceno, grosero, bestial; un revolcón indigno de la dignidad del hombre o de la majestad del Dios que lleva dentro. Lo mismo ocurre con el engullir y tragar del salvaje cuando se mete en la boca el hígado crudo de su enemigo, o cuando inclina la botella de ginebra barata y la bebe de un solo trago. ¿Porque su comida sea aborrecible, debemos insistir en que cualquier método que no sea el suyo es criminal? ¿Cómo hemos llegado a Laperouse y Nichol desde el caldero del caníbal si no es mediante una atención crítica y una investigación vigorosa?
El acto de Amor, para el burgués, es un alivio físico como la defecación, y un alivio moral de la tensión del taladro de la decencia; una recaída gozosa en el bruto que tiene que fingir que desprecia. Es una borrachera que droga su vergüenza de sí mismo, pero que lo deja más hundido en el asco. Es un gesto impuro, horrible y grotesco. No es un acto propio, sino forzado por un gigante que lo mantiene indefenso; es a medias un loco, a medias un autómata, cuando lo realiza. Es un torpe tropiezo en un pantano negro y sucio que rezuma mil peligros. Le amenaza la muerte, la enfermedad, el desastre en todas sus formas. Paga el precio cobarde del miedo y el repudio cuando el vendedor ambulante de Sexo le tiende su veneno de rata envuelto en papel de plomo que él confunde con plata; vuelve a pagar con vómitos y cólicos cuando lo traga ávidamente por su codicia.
Todo esto lo sabe, demasiado bien; tiene razón, a su entender, al aborrecer y temer el acto, al ocultarlo de sus ojos, al jurar que no lo conoce. Con harapos de sentimiento, montones de trapos grasientos, envuelve el cadáver del Amor, y, sonriendo, escupe que el Amor nunca tuvo un miembro desnudo; luego, cuando el bruto que hay en él se agita somnoliento, cubre al Amor con fango, y gruñe lascivamente que el Amor nunca fue un Dios en el Templo del Hombre, sino un suculento trozo de carroña en el rincón de su propio establo.
Pero nosotros, los de Thelema, como el artista, el verdadero amante del Amor, desvergonzado e intrépido, viendo a Dios cara a cara tanto en nuestras propias almas dentro como en toda la Naturaleza exterior, aunque utilicemos como hace el burgués la palabra Amor, no consideramos la palabra "demasiado a menudo profanada como para que la profanemos"; arde inviolada en su santuario, renaciendo inmaculada con cada aliento de vida. Pero por "Amor" entendemos una cosa que el ojo del burgués no ha visto, ni su oído ha escuchado, ni su corazón ha concebido. Hemos aceptado el Amor como el significado del Cambio, siendo el Cambio la Vida de toda la Materia en el Universo. Y hemos aceptado el Amor como el modo de Movimiento de la Voluntad de Cambio. Para nosotros, todo acto que implique un Cambio es un acto de Amor. La vida es una danza de deleite, su ritmo es un éxtasis infinito que nunca se cansa ni se vuelve monótono. Nuestro placer personal en ella se deriva no sólo de nuestra propia participación, sino de nuestra aprehensión consciente de sus perfecciones totales. Estudiamos su estructura, nos expandimos a medida que nos perdemos en su comprensión, y así nos fundimos con ella. Siguiendo al iniciado egipcio exclamamos "No hay parte de nosotros que no sea de los Dioses"; y añadimos la antistrofa: "No hay parte de los Dioses que no sea también de nosotros".
Por lo tanto, el Amor que es Ley no es menos Amor en el sentido personal y mezquino; porque el Amor que hace que dos sean Uno es el motor por el cual incluso los últimos Dos, el Yo y el No-Yo, pueden llegar a ser Uno, en el matrimonio místico de la Novia, el Alma, con Aquel designado desde la eternidad para desposarla; sí, incluso el Altísimo, Dios Todo-en-Todo, la Verdad.
Por lo tanto, consideramos que el Amor es sagrado, la religión de nuestro corazón, la ciencia de nuestra mente. ¿No deberá Él tener su rito organizado, sus sacerdotes y poetas, sus creadores de belleza en color y forma para adornarlo, sus creadores de música para alabarlo? ¿No deberán Sus teólogos, adivinando su naturaleza, proclamarlo? ¿No participarán de su esencia incluso aquellos que sólo barren los patios de Su templo? ¿Y no deberá nuestra ciencia poner las manos sobre Él, medirle, descubrir sus profundidades, calcular sus alturas y descifrar las leyes de Su naturaleza?
Además: para nosotros, los de Thelema, habiendo entrenado así nuestros corazones y mentes para ser ingenieros expertos del Amor que rasga el cielo, la nave para remontarse al Sol, para nosotros el acto de Amor es la consagración del cuerpo al Amor. Quemamos el cuerpo en el altar del Amor, para que incluso lo bruto pueda servir a la Voluntad del Alma. Debemos entonces estudiar el arte del Amor corporal. No debemos vacilar ni equivocarnos. Debemos ser serenos y competentes como cirujanos: cerebro, ojo y mano, instrumentos perfectamente entrenados de la Voluntad.
Debemos estudiar el tema de manera abierta e impersonal, debemos leer libros de texto, escuchar conferencias, ver demostraciones, obtener nuestros diplomas antes de entrar en la práctica.
No nos referimos a lo que el burgués quiere decir cuando decimos "el acto de amor". Para nosotros no es el gesto grosero como el de un hombre que sufre convulsiones, una lucha de resoplidos, un espasmo sin sentido y una repentina repugnancia por la vergüenza, como lo es para él.
Tenemos un arte de expresión; estamos entrenados para interpretar el alma y el espíritu en términos del cuerpo. No negamos la existencia del cuerpo ni lo despreciamos; pero nos negamos a considerarlo bajo otra luz que no sea ésta: es el órgano del Ser. No obstante, debe ordenarse según sus propias leyes; las del Ser mental o moral no se le aplican. Amamos; es decir, deseamos unirnos: entonces el uno debe estudiar al otro, adivinar cada pensamiento fugaz como una mariposa, y ofrecerle la flor que más le gusta. El vocabulario del Amor es reducido, y sus términos están trillados; buscar nuevas palabras y frases es afectado, artificioso. Da escalofríos.
Pero el lenguaje del cuerpo nunca se agota; se puede hablar durante una hora mediante un pestañeo. Hay cosas íntimas, delicadas, sombras de las hojas del Árbol del Alma que bailan en la brisa del Amor, tan sutiles que ni Keats ni Heine en palabras, ni Brahms ni Debussy en música, podrían darles forma. Es la agonía de todo artista, tanto más grande cuanto más feroz es su desesperación, que no puede lograr su expresión. Y lo que ellos no pueden hacer, ni una sola vez en una vida de pasión, lo hace en toda su plenitud el cuerpo que, amando, ha aprendido la lección de cómo amar.
Addendum: De manera más general, cualquier acto puede ser utilizado para alcanzar cualquier objetivo por el mago que sabe cómo establecer los vínculos necesarios.
Notas al pie


1 - N.del T.: Nocturna.

2 - N.del E.: Clasificarlo como la principal, la superior.

3 - N.del E.: Orígenes de Alejandría, teólogo del cristianismo primitivo al que se acusó de castrarse a sí mismo tras escuchar una lectura de Mateo 19,12: “hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos”. No obstante, la historicidad de esta auto-castración está discutida por los historiadores.

4 - N.del E.: Klingsor es el villano del Parsifal de Wolfram von Eschenbach, y fue castrado por un aristócrata tras sorprenderle este con su mujer, tras lo que decidió viajar a Persia y aprender las artes mágicas. En el Parsifal de Wagner, es él quien se castra a sí mismo por su incapaz para controlar su líbido y es por ello expulsado de la Orden.

5 - N.del E.: Todos conocemos al bíblico Onán, de quien deriva el término onanismo.

6 - N.del T.: Recapitulación

7 - N.del E.: Una teoría científica ya desechada en tiempos de Crowley que afirmaba que las cosas que combustionaban lo hacían por contener una sustancia llamada “flogisto”. Con ello se intentaba explicar la pérdida de masa tras la combustión.

8 - N.del E.: Compárese con las ideas del uso del sígil en Magia del Caos, específicamente a través del uso del orgasmo para cargarlo.