Nuevo Comentario
Hay bastante de la perspectiva de Nietzche en este verso. Esta es la visión evolutiva y natural. ¿De qué sirve perpetuar la miseria de la tuberculosis y enfermedades similares, como hacemos ahora? El método de la Naturaleza es eliminar a los débiles. También es la forma más compasiva. En la actualidad, todos los fuertes se ven perjudicados, y su progreso se ve obstaculizado por el peso muerto de los miembros débiles y los miembros ausentes, los miembros enfermos y los miembros atrofiados. ¡Los cristianos a los leones!
Nuestro humanitarismo, que es la sífilis de la mente, actúa sobre la base de la mentira de que el Rey debe morir. El Rey está más allá de la muerte; ésta no es más que un estanque en el que se sumerge para refrescarse. Por lo tanto, debemos regresar a las ideas espartanas de educación; y los peores enemigos de la humanidad son aquellos que desean, bajo el pretexto de la compasión, perpetuar sus males a través de las generaciones. ¡Los cristianos a los leones!
Que las producciones débiles y retorcidas vuelvan al crisol, como se hace con las piezas de acero defectuosas. La muerte purgará, la reencarnación sanará estos errores y abortos. Se puede confiar en que la propia naturaleza lo hará, si la dejamos en paz. Pero, ¿qué pasa con aquellos que, físicamente aptos para vivir, están contaminados por la podredumbre del alma, cancerosos cor el complejo del pecado? Por tercera vez respondo: ¡Los cristianos a los leones!
Hadith se llama a sí mismo la Estrella, siendo la Estrella la Unidad del Macrocosmos; y la Serpiente, siendo la Serpiente el símbolo del Ir o del Amor, y el Carro de la Vida. Es Harpócrates, el Alma-Enana, el Espermatozoide de toda Vida, por decirlo así. El Sol, etc., son las manifestaciones externas o Vestiduras de este Alma, así como el Hombre es la Vestidura de un Espermatozoide real, el Árbol surgido de esa Semilla, con poder para multiplicarse y perpetuar esa Naturaleza particular, aunque sin la necesaria conciencia de lo que está ocurriendo.
En un sentido más profundo, la palabra "Muerte" no tiene sentido si está separada de un Universo que está condicionado por el "Tiempo". Pero, ¿cuál es el significado del Tiempo?
Hay una gran confusión mental en el uso de la palabra "eterno" y la frase "para siempre". Las personas que desean la "felicidad eterna" se refieren con ello a un ciclo de acontecimientos variables, todos ellos eficaces a la hora de estimular sensaciones placenteras; es decir, quieren que el tiempo continúe exactamente como lo hace pero estando ellos liberados de las contingencias de accidentes como la pobreza, la enfermedad y la muerte.
Un estado eterno es, sin embargo, una experiencia posible, si se interpreta el término con sensatez. Se puede encender el "flamman aeternae caritatis", por ejemplo; se puede experimentar un amor que es en verdad eterno. Tal amor no debe tener relación con los fenómenos cuya condición es el tiempo. Del mismo modo, el "alma inmortal" de uno es una cosa totalmente diferente de la vestimenta mortal. Este Alma es una Estrella particular, con sus cualidades peculiares, por supuesto; pero estas cualidades son todas "eternas", y forman parte de la naturaleza del Alma. Siendo este Alma una conciencia monista, es incapaz de apreciarse a sí misma y a sus cualidades, como se explicó en una entrada anterior; por lo que ella se comprende a sí misma mediante el mecanismo de la dualidad, con las limitaciones del tiempo, el espacio y la causalidad. La "Felicidad" del Amor Matrimonial o de comer Marrons Glacés es una expresión concreta externa no eterna de la correspondiente idea abstracta interna y eterna, al igual que cualquier triángulo es una imagen parcial e imperfecta de la idea de un triángulo. (No importa que consideremos el "Triángulo" como una cosa irreal inventada por lo conveniente de incluir todos los triángulos reales, o viceversa. Una vez que ha surgido la idea de Triángulo, los triángulos reales se relacionan con ella como se ha dicho anteriormente).
Uno no quiere ni siquiera una extensión comparativamente breve de estos estados "reales"; el Amor Matrimonial, aún estando autorizado para toda la vida, suele ser intolerable después de un mes; y los Marrons Glacés palidecen después de consumir los primeros cinco o seis kilogramos. Pero la "Felicidad", eterna y sin forma, no es menos disfrutable porque dejen de dar placer estas formas de ella. Lo que sucede es que la Idea deja de encontrar su imagen en esas imágenes particulares; comienza a notar las limitaciones, que no son ella misma y que, de hecho, se niegan a sí mismas, tan pronto como se desvanece su alegría original por el éxito de haber tomado conciencia de sí misma. Se da cuenta de la imperfección externa de los Marrons Glacés; ya no representan su naturaleza infinitamente variada. Por lo tanto, las rechaza y crea una nueva forma de sí misma, como los Camisones con lazos amarillo pálido o los Cigarrillos de Ámbar.
Del mismo modo, un poeta o un pintor, deseando expresar la Belleza, se siente impulsado a elegir una forma particular; con suerte, ésto al principio puede recompensarlo por lo que siente; pero tarde o temprano descubre que ha fracasado a la hora de incluir ciertos elementos de sí mismo, y necesita plasmarlos en un nuevo poema o cuadro. Puede saber que nunca podrá hacer más que presentar una parte de la perfección posible, y esto con imágenes imperfectas; pero al menos puede hacer todo lo posible dentro de los límites de los instrumentos mentales y sensoriales de ese símbolo igualmente inadecuado del Absoluto que es su vehículo de encarnación humana.
Estas formas adolecen de los mismos defectos que las otras; en última instancia, la "Felicidad" se cansa del esfuerzo de inventar nuevas imágenes, y se desanima y duda de sí misma. Sólo unas pocas personas tienen el suficiente ingenio para proceder a la generalización a partir del fracaso de unas pocas figuras familiares, y reconocen que todas las formas "reales" son imperfectas; pero tales personas son propensas a alejarse con disgusto de todo el procedimiento, y a anhelar el estado "eterno". Sin embargo, este estado es como sabemos incapaz de producirse; y el Alma, comprendiendo esto, no puede encontrar ningún bien más que en la "Cesación" de todas las cosas, de sus creaciones no más que sus propias tendencias a crear. Por lo tanto, suspira por el Nibbana.
Pero hay otra solución, como he tratado de mostrar. Podemos aceptar (lo cual, después de todo, es absurdo acusar y oponer) el carácter esencial de la existencia. No podemos extirpar, ni siquiera alterar en el más mínimo grado, ni la materia ni la forma de ningún elemento del Universo, donde cada elemento es igualmente inherente e importante, cada uno equipolente, independiente e interdependiente.
Podemos, pues, aceptar el hecho de que está apodícticamente implícito en el Absoluto el aprehenderse a sí mismo mediante la autoexpresión como Positivo y Negativo en primer lugar, y combinar estas oposiciones primarias en una variedad infinita de formas finitas.
Podemos dejar así o bien (1) de buscar el Absoluto en cualquiera de sus imágenes, sabiendo que debemos abstraer cada una de sus cualidades de todas ellas por igual si queremos desvelarlo; o bien (2) de rechazar todas las imágenes del Absoluto, sabiendo que su logro sería la señal para la manifestación de esa parte de su naturaleza que necesariamente se formula en un nuevo universo de imágenes.
Al darse cuenta de que estos dos rumbos (el del materialista y el del místico) son igualmente fatuos, podemos embarcarnos en uno o en ambos, basados en la aceptación de la realidad.
Podemos (1) determinar nuestras propiedades particulares como proyecciones parciales del Absoluto; podemos permitir que cada imagen que se nos presenta tenga una entidad intrínseca y esencial igual a la nuestra, y que su presentación ante nosotros sea un fenómeno necesario en la Naturaleza; y podemos ajustar nuestra comprensión al hecho de que cada acontecimiento es un elemento de las cuentas que nos presentamos a nosotros mismos sobre nuestro propio patrimonio. No nos atrevemos a omitir ninguna entrada, para no desequilibrar la balanza. Podemos reaccionar con elasticidad e indiferencia ante cada suceso, con la única intención de que el total, apreciado de manera inteligente, constituya un conocimiento perfecto, no ya del Absoluto, sino de esa parte del mismo que somos nosotros. De este modo, ajustamos con precisión una imperfección a otra, y permanecemos satisfechos en la apreciación de la justicia de la relación.
Este sendero, el "Camino del Tao", es perfectamente adecuado para todos los hombres. No intenta ni trascender ni manipular la Verdad; es leal a sus propias leyes, y por lo tanto no es menos perfecto que cualquier otra Verdad. La ecuación Cinco más Seis es Once es del mismo orden de perfección que "Diez Millones por Diez por Diez Mil Millones es Un Trillón". En el Universo formulado por el Absoluto, cada punto es igualmente el Centro; cada punto es igualmente el foco de las fuerzas del todo.
(En cualquier sistema con tres puntos, dos de ellos pueden considerarse únicamente en relación con el tercero, de modo que, incluso en un universo finito, la suma de las propiedades de todos los puntos es la misma, aunque ninguna propiedad pueda ser común a dos puntos cualesquiera. Así, un círculo, BCD, puede describirse por la revolución de una línea AB en un plano alrededor del punto A; pero también desde el punto C, o desde cualquier otro punto, mediante la aplicación del análisis y la construcción adecuados. Calculamos el movimiento del sistema solar en términos heliocéntricos sin ningún otro motivo que la simplicidad y la conveniencia; podríamos convertir nuestras tablas a una base geocéntrica mediante una mera manipulación mecánica sin afectar su veracidad, que es sólo la verdad de las relaciones entre un número de astros. Todos están igualmente en movimiento, pero hemos elegido arbitrariamente considerar uno de ellos como estacionario, para poder describir más fácilmente los movimientos de los demás con respecto a él, sin complicar nuestros cálculos introduciendo los movimientos de todo el sistema como tal. Y para ello el Sol es un estándar más conveniente que la Tierra).
Hay otro Camino que podemos tomar, si queremos; digo "otro", aunque quizás a algunos no les parezca más que el desarrollo del otro que resulta ser apropiado para algunas personas.
Incluso en el primer Camino, es necesario comenzar explorando nuestra propia Naturaleza, para descubrir cuáles son sus peculiaridades; esto se logra en parte por la introspección, pero principalmente a través del Correcto Recuerdo de toda la fantasmagoría que nos presenta la experiencia; pues ya que cada evento de la vida es un símbolo de una parte de la estructura del Alma, la totalidad de la experiencia debe ser el "Nombre" del todo de esa parte del Alma que se ha expresado hasta ahora. Ahora bien, supongamos que algún Alma, habiendo penetrado hasta este punto, descubra en su "Nombre" que es un Hijo verdaderamente engendrado por el Espíritu del Ser sobre el Cuerpo de la Forma, y que tiene poder para comprenderse a sí misma y a su Padre, con todo lo que esta herencia implica. Supongamos además que ha llegado a la pubertad, ¿no se verá impelida a afirmarse como el hijo de su Padre? ¿No se liberará de la Forma que lo engendró, lo alimentó y lo entrenó, y se apartará de sus hermanos y compañeros de juego? ¿No resplandecerá y arderá con el impulso de ser completamente ella misma, y de encontrar una forma adecuada para impresionar con su imagen, tal como lo hizo su Padre en el pasado?
Si tal Alma es verdaderamente el hijo de su Padre, no temerá mostrar falta de reverencia filial, ni presunción si olvida a su familia en el fervor de fundar una propia, engendrando muchachos no mejores ni más valientes en verdad que sus hermanos, niñas no más tiernas o dulces que sus hermanas, sino enteramente suyas, con sus propios defectos y deseos evocados por el encanto del éxtasis cuando muere para sí misma en el vientre de la bruja que codicia su vida, y la compra con la moneda que lleva su Imagen y Sobrescripción.
Tal es el secreto del Alma del Artista. Él sabe que es un Dios, de los Hijos de Dios; no tiene miedo ni vergüenza en mostrarse como descendiente de su Padre. Está orgulloso del privilegio más preciado de ese Padre y lo honra tanto a él como a sí mismo al utilizarlo. Acepta a su familia como de su propia estirpe real; todos son tan principescos como él mismo. Pero no sería hijo de su Padre si no encontrara para sí mismo una Forma apta para expresarse mediante múltiples reproducciones de su Imagen. Debe admirarse a sí mismo en muchos trajes, cada uno de los cuales enfatiza alguna elegancia o excelencia elegida en él, que de otro modo eludiría su homenaje al estar oculta y silenciada en la armonía de su corazón. Esta Forma que le servirá debe ser suave en su impronta, con una elasticidad exacta que se adapte a los salientes más fuertes y sutiles, pero que resista como el acero cualquier otra tensión que no sea la suya, y que retenga y reproduzca con seguridad y nitidez la imagen que su ácido muerde en su superficie. No debe haber ningún defecto, ninguna irregularidad, ninguna granulación, ninguna deformación en su sustancia; debe ser lisa y brillante, un metal puro de verdadero temple.
Y él debe amar esta Forma elegida, amarla con un fervor temeroso; es el rostro de su Destino el que anhela su beso, y en sus ojos arde y se consume el Enigma; ella es su muerte, su cuerpo es su ataúd donde puede pudrirse y apestar, o retorcerse en sueños condenados, muerto por su propia mano, o resucitar en la incorrupción auto-renovado, inmortal e idéntico, satisfaciéndose plenamente en y por ella, salpicando todo el espacio con estrellas brillantes, sus hijos e hijas, cada estrella una imagen de su propia infinitud manifestada, estado de ánimo tras estado de ánimo, por su magia(k) para moldearlo cuando su pasión funde su metal.
Así debe trabajar todo artista. Primero, debe encontrarse a sí mismo. A continuación, debe encontrar la forma apropiada para expresarse a sí mismo. Después, debe amar esa forma, como forma, adorándola, comprendiéndola y dominándola con la atención más minuciosa, hasta que (como parece) se adapte a él con una elasticidad ansiosa, y responda precisa y acertadamente, con el automatismo inconsciente de un órgano perfeccionado por la evolución, a su sugerencia más sutil, a su gesto más gigantesco.
A continuación, debe entregarse por completo a esa Forma; debe aniquilarse absolutamente en cada acto de amor, trabajando día y noche para perderse en el deseo desenfrenado por ella, de modo que no deje ningún átomo sin consumir en el horno de su frenesí, como hizo antiguamente su Padre que lo engendró. Debe realizarse enteramente en la integración del Panteón infinito en imágenes; pues si no consigue formular una sola faceta de sí mismo, a través de su falta, se conocerá a sí mismo falsamente.
Por supuesto, no hay ninguna diferencia fundamental entre el Artista, tal como se describe aquí, y aquel que sigue el "Camino del Tao", aunque este último encuentra la perfección en su relación existente con su entorno, y el primero crea una perfección privada de carácter peculiar y secundario. Podríamos llamar a uno el hijo y a la otra la hija del Absoluto.
Pero el Artista, aunque su Obra, las imágenes de sí mismo en la Forma que ama, es menos perfecta que la Obra de su Padre, ya que solo puede expresar un punto de vista particular y eso por medio de un tipo de técnica, no debe ser considerado inútil por ello, al igual que tampoco lo es un Atlas porque presente, por medio de ciertas convenciones rudimentarias, una fracción de los hechos de la geografía.
El Artista desvía nuestra atención de la Naturaleza, cuya inmensidad nos desconcierta hasta el punto de parecer incoherente e ininteligible, y la dirige hacia su propia interpretación de sí mismo y sus relaciones con los diversos fenómenos de la naturaleza expresados en un lenguaje más o menos común a todos nosotros.
Cuanto más pequeño sea el Artista, más estrecha es su visión, más vulgar su vocabulario, más familiares sus figuras, más fácilmente se le reconocerá como guía. Para ser aceptado y admirado, debe decir lo que todos sabemos, pero que no nos hemos dicho hasta resultar tedioso, y decirlo en un lenguaje sencillo y claro, un poco más enfático y elocuente de lo que estamos acostumbrados a oír; y debe complacernos y halagarnos al contarlo, calmando nuestros temores y estimulando nuestras esperanzas y nuestra autoestima.
Cuando un artista -ya sea en Astronomía, como Copérnico, en Antropología, como Ibsen, o en Anatomía, como Darwin- selecciona un conjunto de hechos demasiado amplio, demasiado recóndito o demasiado "lamentable" para recibir un asentimiento instantáneo de todos; cuando presenta conclusiones que entran en conflicto con la credibilidad o los prejuicios populares; cuando emplea un lenguaje que no es por lo general inteligible para todos, en tales casos debe contentarse con apelar a unos pocos. Debe esperar a que el mundo despierte al valor de su obra.
Cuanto más grande sea, más individual y menos comprensible parecerá ser, aunque en realidad sea más universal y más simple que nadie. Debe ser indiferente a todo lo que no sea su propia integridad en la realización e imaginación de sí mismo.
|