Los Comentarios al Libro de la Ley

escrito por Aleister Crowley

traducción y notas al pie por Yemeth
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2.73.- ¡Ah! ¡Ah! ¡Muerte! ¡Muerte! Anhelarás la muerte. La muerte está prohibida, oh hombre, para ti.

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Sin embargo, la muerte está prohibida: el trabajo, supongo, debe realizarse antes de merecerla; su esplendor aumentará con los años durante los que se anhele.

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Hay una conexión entre la Muerte, el Sueño y Nuestra Señora Nuit. (Esto es elaborado en líneas profanas por el Dr. Sigmund Freud y su escuela, especialmente por Jung, "Psicología del Inconsciente", que el lector debería consultar). La fatiga de las labores diarias crea las toxinas cuya acumulación es la "voluntad de Morir". Todo logro místico es de este tipo, así como toda la Magia(k) es de la 'Voluntad de Vivir'. Todos queremos a veces el Nibbana, retirarnos al Silencio, etc. El Arte de ello es sumergirse profundamente en la "Muerte", pero emerger inmediatamente, un gigante renovado. Este plan también es posible a mayor escala, siendo toda la Vida Magia(k), toda la Muerte Misticismo.
Entonces, ¿por qué está “prohibida” la Muerte? Todas las cosas son ciertamente lícitas. Pero debemos trabajar "sin lujuria del resultado", tomando todo como viene, ¡sin deseo en verdad, pero con todo tipo de deleite! Deja que tu Madrigal-de-Amor a la Muerte, tu Madre-Amante, ondule y se hinche a lo largo de los años, con todo el Cielo Estrellado para tu Orquesta; pero no imagines que alcanzarla es la única satisfacción. El anhelo mismo es la Beatitud.
Podría parecer que en este versículo la palabra "Muerte" se utiliza en un sentido algo distinto al explicado en la nota anterior. Se prohíbe, obsérvese, al "hombre". Es decir, entonces, que la fórmula no debe ser utilizada por quien es todavía un ser imperfecto. Nuestra definición ciertamente queda confirmada por esta frase, más que negada, o siquiera modificada. Anhelar la muerte es aspirar a la realización completa de todas las potencialidades de uno. Y evidentemente, sería un error insistir en pasar a la siguiente vida mientras hay cabos sueltos en ésta. La mera inexplicabilidad de los diversos tirones provocaría desconcierto, irritación y torpeza.
Por esta sola razón, es muy importante determinar la verdadera Voluntad de uno, y trabajar en todos los detalles de la obra de llevarla a cabo, tan temprano en la vida como se pueda. Uno es apto (en el mejor de los casos) para definir su voluntad dogmáticamente, y dedicar su vida casi de manera puritana a la tarea, suprimiendo severamente todas las cuestiones secundarias, y llamando a este rumbo Concentración. Esto es un error, y peligroso. Porque uno no puede estar seguro de que una facultad que parece (en la superficie) inútil e incluso hostil para el trabajo de uno, no pueda con el tiempo hacerse de valor vital. Si se atrofia, su supresión puede haber envenenado todo el sistema, al igual que un pecho privado de su uso natural es propenso al cáncer. En el mejor de los casos, puede ser demasiado tarde para reparar el daño; la oportunidad perdida puede ser un remordimiento para toda la vida.
La única forma de estar seguro es aplicar la Ley de Thelema con el máximo rigor. Todo impulso, por débil que sea, es necesario para la estabilidad de la estructura al completo; el más mínimo fallo puede hacer que el cañón estalle. Todo impulso, por más opuesto que sea al motivo principal, forma parte del plan; el estriado no frustra el propósito del cañón. Por lo tanto, hay que aceptar cada elemento de la propia naturaleza y desarrollarlo según sus propias leyes, con absoluta imparcialidad. No hay que temer; hay un límite natural al crecimiento de cualquier especie; o bien le falta el alimento, o es ahogado por sus vecinos, o crece en exceso y se transforma. Tampoco hay que preocuparse por la armonía y la proporción de las diversas facultades de uno; los aptos sobrevivirán, y la perfección del conjunto se comprenderá tan pronto como las partes se hayan encontrado a sí mismas, y se hayan asentado después de luchar contra el asunto en la equilibrada estabilidad que representa su correcta reacción entre sí y a su entorno.
Por lo tanto, es la política de un Aspirante a la iniciación analizarse a sí mismo con infatigable energía, astuta habilidad y precisa sutileza; pero luego contentarse con observar el juego de sus instintos, en lugar de guiarlos. Hasta que no se haya familiarizado con todos ellos, no deberá realizar las prácticas que le permitan leer la Palabra de su Voluntad. Y entonces, habiendo asumido el control consciente de sí mismo, para poder hacer su Voluntad, deberá esforzarse por utilizar cada facultad de forma desapegada (al igual que uno inspecciona sus pistolas y dispara unas cuantas balas) sin esperar necesitarlas nunca más, salvo por el principio general de que si se las necesita, uno puede sentirse seguro al respecto.
Esta teoría de la iniciación es tan importante para todo aspirante que ilustraré cómo mi propia ignorancia engendró el error, y el error el perjuicio. Mi Voluntad era, ahora lo sé, ser La Bestia, 666, un Magus, la Palabra del Eón, Thelema; proclamar esta nueva Ley a la humanidad.
Mi pasión por la libertad personal, mi superioridad ante los impulsos sexuales, mi resolución de dominar el miedo y la debilidad física, mi desprecio por las opiniones ajenas, mi genio poético: me entregué a todo ello al máximo. Ninguno de ellos me llevó demasiado lejos, ni desplazó al otro, ni perjudicó mi bienestar general. Por el contrario, cada una alcanzó automáticamente su límite natural, y cada una me ha sido incalculablemente útil para hacer mi Voluntad cuando fui consciente de ella, capaz de organizar sus ejércitos, y de dirigirlos inteligentemente contra la inercia de la ignorancia.
Pero reprimí ciertos impulsos en mí. Abandoné mis ambiciones de ser diplomático. Frené mi ardor por la Ciencia. Pisoteé mi prudencia en asuntos financieros. Mortifiqué mi fastidio por las castas. Enmascaré mi timidez con bravuconería y traté de matarla con una excentricidad ostentosa. Este último error se produjo por puro pánico; pero todos los demás fueron sacrificios bastante deliberados en el altar de mi Dios Magia(k).
Todos fueron aceptados, como parecía entonces. Logré todas mis ambiciones; sí, y más también. Pero ahora sé que no debería haber forzado mi crecimiento y deformado mi destino. Clavar gansos en tablas y rellenarlos produce foie gras, muy cierto; pero no mejora los gansos. Se puede decir que fortalecí mi carácter moral con estos sacrificios, y que en verdad me vi obligado a actuar como lo hice. ¿El elefante loco Quierosermagus arrastró la yunta de bueyes? Podemos decirlo así, ciertamente; pero aun así siento que podría haber sido mejor si no hubiera estado loco. Porque, hoy, si yo fuera un Embajador, versado en la Ciencia, armado financieramente e inoxidable socialmente, hubiera sido capaz de ejecutar mi Voluntad mediante la presión sobre todo tipo sobre personas poderosas, para hacer que este comentario llevara la convicción a los pensadores, y para publicar el Libro de la Ley en todas partes del mundo. En cambio, estoy exiliado y bajo sospecha, despreciado por los hombres de ciencia, condenado al ostracismo por mi clase, y convertido en un mendigo. ¡Ay si volviera a ser un adolescente!
No puedo cambiar de idea sobre la cresta por la que subiré a la montaña, ahora que veo, por encima de estos pináculos de hielo barridos por la tormenta, a través de hendiduras desgarradas por las coronas de flechas de aguanieve, la cumbre que supera las nubes, no lejos, no muy lejos.
¡No me arrepiento de nada, tenlo por seguro! Tal vez incluso me equivoque al sostener que una evidente distorsión de la naturaleza, y su desembocadura en el desastre, sean prueba de imprudencia. Tal vez el otro camino no me hubiera llevado a El Cairo, al clímax de mi vida, a mi verdadera Voluntad cumplida en Aiwaz y hecha Palabra en este Libro. Tal vez sea la persistente "lujuria del resultado" la que susurra horrendas mentiras para amedrentarme, la que impulsa estos argumentos plausibles para acusarme. Puede que mi extrema situación actual sea la condición necesaria para el cumplimiento de mi Obra. ¿Quién dirá qué es poder, y qué impotencia? ¿Quién se atreverá a medir el Futuro, o a declarar qué causas se conjugan para producir un Efecto que nadie conoce?
¿No fue Lao-Tze expulsado de su ciudad? ¿No fue Buda a mendigar en harapos? ¿No huyó Mahoma al exilio para salvar su vida? ¿No se convirtió Baco en el escándalo y el desprecio de los hombres? ¿Acaso hubo un hombre menos instruido que Joseph Smith? Sin embargo, cada uno de ellos logró hacer su Voluntad; cada uno gritó su Palabra, ¡de la que aún se hace eco toda la Tierra!. Y cada uno pudo lograr esto en virtud de esa misma circunstancia que parece tan cruel. ¿Debería yo, que estoy armado con todas sus armas a la vez, quejarme de que debo ir a la lucha sin equipamiento?